jueves, 11 de noviembre de 2010

TH ♥ M: Segunda parte

“Ella no será de nadie, ni nadie será de ella”.

Goethe, Werther.


En Two Hearts no existían guerras. No eran necesarias, porque no había violencia. Los corazones no se robaban ni se mataban entre sí. Y al no haber crímenes, nunca hicieron faltan las fuerzas policiales y tampoco los ejércitos. El concepto de arma de fuego resultaba desconocido.

No existían las guerras, pero estaba por desatarse una.

De vuelta a su casa, Thom revolvió en el baúl de las cosas viejas y sacó su bate de béisbol. Lo había comprado en la secundaria, con sus ahorros. Había pensado que jugando béisbol, el deporte más popular hasta la llegada del paddle, atraería a las corazonas. Aunque sabía pegarle fuerte a la pelota, no era muy bueno. Es más: los otros corazones (y las corazonas) se burlaban de él apenas pisaba una cancha. Entonces abandonó el béisbol, pero no el bate.

Menos mal que lo conservé. Siempre supe que podría servirme para algo.

Dio vueltas hasta el amanecer y salió temprano para Love Inc. Esperó en la plaza de enfrente, semioculto entre arbustos con formas de caramelos.

A pocos metros, charlando y riendo en el borde de la fuente, una pareja de corazoncitos adolescentes que seguro habían faltado a clases. En un momento él dijo “Te amo” y ella lo abrazó y lo besó.

Thom deseaba golpearlos con el bate, que sostenía con firmeza, cuando vio llegar el auto más elegante y más moderno de los últimos años. Lo conducía Hans, y se aproximaba al estacionamiento.

Enardecido, Thom ocultó el arma detrás suyo (recuerden que los corazones tienen espaldas grandes) caminó hasta la calle y se detuvo mitad de camino, impidiendo el paso de Hans, que tocó bocina.

Thom no se movió.

Hans le gritó que se hiciera a un lado.

Thom permaneció quieto, concentrado en ese repugnante corazón que le había robado a su amada.

Hans se bajó del auto, fue hasta él.

—Yo te conozco —dijo y paró de andar—. Vos sos el que molestaba a mi novia.

¿Molestar a Belle? Thom temblaba de bronca. ¿Quién se creía que era ese ladrón, esa escoria malnacida?

—¿Qué estás haciendo acá? —Si antes estaba de malhumor, ahora empeoró—. Correte que tengo que entrar a trabajar.

Thom recordó la noche en que le impidió hablar con Belle, la noche en que se la había robado, la noche que significo el principio de su fin.

—Parece que te quedaste mudo, eh. Dale, salí de mi camino, que algunos tenemos que trabajar.

Thom apretó los dientes, estaba por sacar el bate y destrozar a ese idiota.

Vas a aprender a no robar corazonas.

—Mirá, no sé qué te pasó —lo miraba con asco—, no sé qué te hicieron en el cuerpo, pero no me importa, así que salí si no querés que te saque de prepo.

Thom empuñó fuerte el bate. Estaba listo para usarlo.

—Muy bien, tarado, vos te lo buscaste.

Pero Thom retrocedió, de modo que no se viera el bate, y salió de allí. Oyó que Hans le gritaba “¡Estás tocado, vos!”.

No fue un acto de cobardía. Nada de eso. Pero Thom se dio cuenta de que no podía ser tan impulsivo. A pesar de su furia incontenible, debía actuar con un poco más de cautela, precisión e inteligencia. ¡Había que pensar!

Regresó a su departamento, se sentó frente a la computadora y buscó en G♥♥gle más datos de Hans en páginas, foros, videos, notas periodísticas, lo que fuera. Se concentró en los detalles más privados.

Y no sólo investigó a Hans: también a su familia. Por suerte, padres, hermanos, tíos, primos, sobrinos, casi todos tenían perfiles en Heartbook o por lo menos se sabía algo de ellos. Por suerte, no habían puesto filtros, por lo que sus datos más íntimos estaban a la vista de cualquiera. En varias fotos de reuniones familiares aparecía Thom y la familia parecía contenta con ella.

Thom se dedicó el resto del día a recopilar datos. Entre tanto, ensayaba con la bate, destrozando aparatos y muebles, los pocos bienes materiales que le quedaban. Destrozaba con ganas, destrozaba hasta pulverizar. También se metía en el perfil de Belle en Heartbook. Se la veía tan preciosa como siempre, bella como una rosa... pero siempre en brazos del maldito Hans.

Ya vas a ver, ladrón miserable, parodia de ser vivo.

En un momento prendió el televisor. En los noticieros hablaban del misterioso asesinato del Padre. Periodistas y otras personas se mostraban asqueadas junto al cadáver, ahora tapado con una sábana blanca manchada de sangre. Todos se preguntaban quién pudo haber hecho algo tan salvaje.

Al día siguiente, Thom espió a Lothar, el padre de su némesis. Era un corazón veterano, pero atractivo y muy activo, a juzgar por su manera de trotar cerca del parque a pocos metros de su residencia. Thom lo interceptó cuando llegaba de dar una vuelta en redondo.

—¿Te puedo ayudar en algo? —dijo Lothar, jadeando.

Thom le respondió con un batazo en la cara.

Tres días más tarde, llamó a Hans a su BlackBerry (casi todos los corazones tenían uno).

—¿Cómo conseguiste mi número? —preguntó el ladrón.

—Quiero que hablemos —dijo Thom.

—No tenemos nada de que hablar.

—¿Estás seguro?

—¡Obvio! Yo nunca pierdo el tiempo hablando con perdedores como vos.

—¿Siempre sos tan amable?

—Bueno, loco, chau...

—¡Ey, Hans! Tu sobrina te manda saludos.

—¿Qué?

—Anzi. Tiene cinco pero parece de menos.

Pausa.

—¿Qué hicis...?

—Te espero en lo de tus tíos Claus y Rose.

Y le cortó.

Thom esperó en los arbustos del jardín de la casa, blandiendo el bate, ahora ensangrentado. ¿Todos en es familia vivían en residencias inalcanzables?

Pasaron las horas, llegaba la noche, y Hans no aparecía. Thom esperaba verlo llegar con un grupo de amigos con ganas de hacerse los valientes o algo así.

¿Huiste, cobarde?

Se lo imagino a él sufriendo y a Belle a su lado, consolándolo con palabras y caricias, como enamorados...

Un crujido.

Miró a su alrededor, a través de la abundante vegetación que rodeaba la vivienda. Los tres caniches no eran, seguro, ya que los había reventado a golpes.

Un arbusto se agitó y Hans surgió y lo derribó y levantó un fierro para golpearlo, Thom detuvo el impacto con el bate, Hans quiso contraatacar, Thom volvió a evitar el ataque, el ladrón le dio una trompada, dos, tres y lo golpeó con el fierro, Thom gritó, esquivo otro fierrazo y lo golpeó en la frente y en la cara, Hans agitó el fierro a ciegas, Thom no paró de golpearlo, pero el fierro le dio en el estómago y se retorció, pero se recuperó a tiempo y evitó otro golpe y bateó bien bien pero bien fuerte en la cara de Hans y logró derribarlo y no se detuvo hasta romperle brazos y piernas y dientes y esa cara de galán.

—Por lo que veo —dijo Thom cuando paró, exhausto—, quisiste hacerte el héroe vos solito. ¿No sabías que el orgullo puede matar a los corazones?

Arrastró al moribundo Hans dentro de la residencia. Dejó que se horrorizara al ver los cadáveres de sus familiares apilados en el amplio living. Además de matarlos con el bate, Thom los había tajeado para que se vieran resquebrajados como él.

—La tía Rose dio pelea hasta el final —dijo Thom—. Los hombres son todos de manteca, como vos. Pero las mujeres saben defenderse. Hasta cierto punto, claro.

Hans lloraba y gemía por el dolor.

—No te preocupes, dejé a una. Dejé a la más valiente.

Thom fue a la cocina y trajo, a rastras, a la pequeña Anzi. No estaba muerta, pero también le había destrozado brazos y piernas.

—Ya no puede ni llorar, pero respira, eh.

Hans lloraba, tosía, se quedaba por los golpes.

—Te estarás preguntando: “¿Por qué?”. Bueno, vos te metiste con algo mío, y por eso yo me metí con algo tuyo. Ahora estamos a mano.

Hans paró de llorar, con furia lo miraba.

Thom se apoyó contra la pared más salpicada de sangre y dijo:

—Yo amo a Belle. La amo. Después de décadas, por fin encontré una corazona para mí. Vos no me entendés porque sos perfecto, hermoso y todo eso. Nunca tuviste que ser yo, nunca tuviste que sufrir. No tenés idea de lo que es pasarla mal durante tanto tiempo. Como dije, fueron décadas. Ni una semana, ni un año: DÉCADAS —empezó a caminar de un lado al otro, el bate siempre en mano—. Con Belle iba a pasar algo, pero vos me la sacaste. Por eso ella ya no quería saber más nada conmigo. Vos la conquistaste y le lavaste el cerebro y por eso ahora sólo te ama a vos —y golpeó a Anzi, pese al grito de Hans—. Podías tener a la corazona que quisieras, ¿por qué te fijaste en Belle? —le dos batazo más—. ¡Belle era para mí! ¡Belle es para mí!

Y golpeó a la niña hasta matarla.

—¿Ves? Esto pasa cuando te metés con quien no deberías.

Thom notó que ahora Hans quería hablar.

—Así que querés opinar al respecto.

Hans tragó saliva, tosió.

—Yo te escucho. Lástima que tu familia no.

El ladrón volvió a toser y consiguió decir, con voz casi inaudible:

—Belle y yo... Belle y yo —más tos—. Belle y yo... ya no somos novios.

Thom se quedó petrificado.

—¿Cómo? —dijo.

—Nos separamos —más tos.

Thom se llevó una mano a su agrietada cara, empapada de sudor y de sangre.

—No te creo. Yo los vi juntos hace poco. No trates de engañarme.

—Nos separamos esta mañana.

—¿Está mañana? ¡Sí, claro!

—Por teléfono. Ella me dejó. Me dejó la maldita.

Thom le dio un batazo y dijo:

—Eso me lo creo menos. No me tomes por estúpido.

Hans tosió, tuvo arcadas y pudo decir:

—No es tan buena como parece —más tos y arcadas—. Es una arpía.

Para Thom fue como un mazazo. No podía creer que aquel engendro estuviera ensuciando a Belle con tal de permanecer vivo unos segundos más. ¿Cómo podía ser Belle alguien malo?

No le respondió a Hans. Mejor dicho, le respondió a su manera: junto cortinas y otros elementos combustibles, prendió un fósforo, y a los pocos segundos la casa ardía. Antes de irse en busca de Belle, Thom oyó los gritos desesperados del ladrón.

Andá a robar corazonas en el Más Allá, infeliz.


Continuará en la tercera y última parte.

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