“Me encuentro en un estado que debe parecerse al de los desgraciados que antiguamente se creían poseídos del espíritu maligno. No es el pesar; no es tampoco un deseo ardiente, sino una rabia sorda y sin nombre que me desgarra el pecho, me anuda la garganta y me sofoca”.
Goethe, Werther.
Thom no encontró a Belle en el departamento donde vivía. No sin antes romper más brazos y piernas, logró averiguar que la corazona se había ido a una casa de la familia, ubicada a pocos metros de Trammel, una playa desierta, en el límite con Trammel City.
Antes de ir para allá, nuestro héroe se metió en una farmacia y robó varias cremas para la piel. Probó todas. Ninguna era mejor que la otra, pero le sirvieron para disimular un poco las cicatrices.
El tren lo dejó a varios kilómetros de la vivienda, pero no le importó caminar. Se lamentó haber olvidado comprar flores, pero apenas se internó en terreno boscoso y repleto de dunas, descubrió arbustos con rosas amarillas. Cuidándose de no pincharse con las espinas, agarró todas las que cabían en una mano, ya que con la otra empuñaba el bate. Pensó que esta vez no lo necesitaría, así que lo soltó y llevó más rosas.
Belle… como una rosa.
La casa era una de las más elegantes que Thom había visto jamás. Era toda blanca, y se complementaba con el azul del cielo, el verde de la arboleda y el turquesa del mar. Incluía un muelle con lancha. Y a través de los ventanales podía distinguirse lo que sucedía en su interior.
En ese momento, Belle hablaba por su Black Berry en lo que parecía el living.
Thom se acercó. A cada paso que daba, sentía latidos de entusiasmo, de ansiedad, de vida, de amor. Ya no pensaba en lo sucedido horas atrás. Hans era pasado, y Belle, un promisorio presente. Ya no había impedimentos para estar con ella. ¿Y si ella lo había dejado, como aquel malnacido había dicho? Más motivos para ilusionarse.
Vas a ser mía, Belle, nunca estuve tan seguro de algo.
Faltando poco metros para llegar, Thom pudo escuchar que Belle hablaba con su madre. Le decía que estaba bien, estudiando para finales, pero también relajándose de vez en cuando.
No puede evitar ser tan educada. ¿Cómo se había atrevido Hans a llamarla arpía?
Un corazón fornido y alto salió por una puerta, la abrazó, y ella sonrió, dejó de hablar, tiró el Black Berry, lo abrazó y se besaron.
Thom se quedó petrificado.
Apareció otro corazón, similar al primero, y también la besó.
Thom dejó caer las rosas, que cayeron casi en cámara lenta.
Belle les dijo que la esperaran en el yacuzzi, que iría en un rato. Acariciándola hasta lo último, ellos salieron por otra puerta.
Thom recobró el ánimo, otra vez por una energía oscura que le surgía de las entrañas. Lamentó haber caído nuevamente en la ingenuidad, pero más lamentó haber tirado el bate. Miró en los alrededores. En un costado de la casa descubrió un cuartito semiabierto, como si alguna siniestra divinidad se lo acabara de preparar. Encontró una pala nueva, de borde filoso. Serviría.
Entró por unos de los ventanales abiertos. Nadie a la vista, pero podía escuchar a los Estorbos charlando en donde debía estar el yacuzzi. También escuchó que los conductores de un noticiero hablaban de una serie de misteriosos y brutales asesinatos.
Apenas abrió la puerta de la habitación, Thom sorprendió a los Estorbos toqueteándose como si fueran pareja. Como estaban de espaldas, no pudieron verlo. Junto al yacuzzi, un televisor de 32’’. La pantalla mostraba imágenes de los cadáveres de Hans y compañía, apenas envueltos en bolsas de plástico.
Los Estorbos se dieron vuelta, pero Thom no les dio tiempo a reaccionar: empujó el televisor al yacuzzi. Aquellas dos esperpentos quedaron electrocutadas en medio de explosiones, chapoteos y humo negro.
Cuando retrocedía para salir de la habitación, un jarrón enorme le pasó a unos milímetros y estalló contra la pared.
Era Belle, quien le tiró otro recipiente, pero Thom lo interceptó con la pala.
—No entendés, Belle —dijo Thom, desesperado, anhelando que la corazona lo comprendiera—. Yo no soy como los demás.
—Obvio que no sos como los demás —dijo ella, quien no se mostraba alterada—. Los corazones rotos no se ponen a matar.
—Es que estar roto es... es... —se le hizo un nudo en la garganta—. Nunca quise terminar así, y no se lo deseo a nadie.
—Y pensás que es por mi culpa, ¿no?
Thom estaba desconcertado. Había matado a dos corazones y ella conservaba la sangre fría.
—¿No te afecta todo esto? —dijo.
—Obvio que me afecta. Pero tampoco me voy a poner histérica ni voy a llorar ni nada de eso.
—Mirá que Hans... Él tampoco será un estorbo ya.
—Corté con Hans.
—Me lo dijo antes de terminar como esos dos de ahí. Pero no le creí.
—Muy lindo, Hans, pero no sabía mentir.
Belle suspiró, pero nada más. ¿Cómo podía ser tan insensible?, pensó Thom.
—Siempre tuve historias complicadas —dijo la corazona—, pero nunca pensé que alguien llegaría a estos extremos.
Thom parpadeó, pero no bajó la guardia y dijo:
—¿Cómo es eso de que siempre tuviste historias complicadas?
Belle se sentó en un sillón, se tapó la cara un momento y dijo.
—Cuando vivía en Trammel City, todo el mundo se enamoraba de mí. Desde jardín ya me mandaban flores, golosinas y esas cosas. Nunca entendí bien por qué ejercía esa atracción, jamás fui tan hermosa ni tan llamativa. Pero esos corazones me caían bien, y hasta salí con muchos. Pero me aburría.
—¿Te aburrías?
—Sí, mucho. Siempre me aburrí fácil. No sé por qué. Debe ser una enfermedad o algo así. Pero no puedo estar mucho tiempo con un solo corazón.
A Thom seguía asombrándolo la calma que Belle conservaba en aquel contexto de muerte. El olor a carne chamuscada había empezado a invadir el living.
—Con los años empeoró —siguió diciendo ella, sin mirarlo—. Lo bueno es que los corazones no terminaban llenos de tajos, como vos detrás de esas cremas que te pusiste ahora. Pero me harté de la situación y me mudé a Two Hearts para estudiar una carrera universitaria y, de paso, empezar una nueva vida. Deseé que nadie se enamorara de mí, y que yo no me enamorara de nadie, también. Por eso traté de no llamar la atención y adoptar una actitud más sumisa aún. Pero apareciste vos y casi me muero de ternura. Tan educado y bueno eras...
Thom recordó esos días en que empezaban a conocerse y casi se ablandó.
—Al mismo tiempo, un día fui llevarle los apuntes a una compañera al trabajo, en Love Inc. Ahí conocí a Hans. Pocas veces vi un corazón tan precioso. Y nos enganchamos. Amor a primera vista, como le dicen. Sólo que para mí no fue amor.
—Pero Hans y vos parecían superenamorados —dijo Thom—. Lo podía notar en Heartbook y en la calle.
—Todo bien con Hans y con su familia —dijo Belle, y se levantó y se puso a caminar—, pero la relación se desgastó. Además, noté que para él ya no era su chiche nuevo. Así que cortamos hace unas horas y yo me vine para acá, a pensar con claridad.
—¿Necesitás dos corazones para pensar con claridad?
—Necesitaba a esos dos porque quería algo de acción en este momento. Seguro me entendés.
—No, no te entiendo para nada —Thom también se puso a caminar, sin perderla de vista—. En conclusión, a todo el mundo le diste una oportunidad, menos a mí. Yo podría haber sido el corazón que te hubiera correspondido. Si al menos me daban una chance de salir, de compartir más cosas, incluso de besarnos, posiblemente habría pasado algo. Algo lindo, algo único, algo especial. Pero no: preferiste ir con Hans, con el galán de la historia.
—Y bueno, los galanes siempre corren con ventaja.
Thom dejó de caminar, se apoyó junto a la pared. La situación era más extraña, compleja e impredecible de lo que había imaginado. Para empezar, Belle parecía normal, hasta más accesible que las otras corazonas de Two Hearts. ¡Y resultó ser peor!
—O sea —dijo—, que yo apenas te parecí tierno.
—Sí, sólo ternura. A nosotras nos gustan los personajes tiernos en las películas, en los libros, en la televisión... Pero no en la vida real. No es lo que las corazonas queremos para nuestras vidas, porque los tiernos de verdad apestan. Te guste o no, es así —lo miró por primera vez en varios minutos—. Y vos, no importa si reventás a toda una ciudad, vas a morirte como un simple corazón tierno.
Thom levantó la pala y dijo:
—Tierno... pero que un día se cansó.
Belle se quedó de pie, mirándolo, seria.
—Vamos —dijo, con la misma indiferencia de siempre—. Hacelo.
—¿Hacer qué?
—Ya sabés. Dejame como a esos dos.
—¿Por qué esa actitud?
—No sé. Siempre fui algo insensible, pero ahora debo sentir un poco de culpa. Si me matás me harías un favor. Ya no me importa más nada.
Enardecido, Thom se le acercó, listo para golpearla hasta la muerte.
—¿Estás segura?
Belle resopló y dijo:
—Pero eso tu vida es un desastre y las corazonas siempre huyen de vos: a veces se ponés muy dubitativo y sos re inseguro. Además de que sos el ser más obsesivo que conocí en mi vida.
Thom levantó bien alto la pala...
—¡DALE!
... pero la bajó.
—¿Y?
Lejos de tranquilizarse, Thom la señalo y dijo:
—Por lo menos yo no... no...
Pero no terminó la frase, tiró la pala y salió por el ventanal. No merecía la pena seguir perdiendo tiempo con alguien tan maligno, tan perturbado. ¿Cómo había sido tan ciego como para sentirse atraído por ese demonio de rosas amarillas? No, no merecía la pena dedicarle más tiempo a Belle, no, para nada. Que la pisara un tren o se ahogara en el amar, pero, ¿para qué mancharse de sangre otra vez?
No, no lo valía.
En absoluto.
Pero...
¿Y si seguía provocando daños en los corazones que se le cruzaran? ¿Y si continuaba saliendo impune de sus crímenes sentimentales? ¿Y sí...?
Thom regresó a la vivienda, empujó a Belle y no paró hasta amputarle brazos y piernas con la punta filosa de la pala, en medio de la sangre y los forcejeos y chillidos de la corazona.
—¡¿Esto no era lo que querías, eh?!
También le hizo tajos en el resto del cuerpo, pero luego se sentó a ver cómo se desangraba en medio de la laguna rojoscura que empapaba el piso alfombrado. Se retorció varios minutos hasta que por fin murió.
Thom fue a la playa y dejó que el mar le limpiara la sangre. Era agradable el agua marina. Se sintió más relajado. De hecho, era la primera vez que se sentía tan en paz consigo mismo.
Antes de subirse a la lancha y recorrer la costa, volvió al bosque en busca del bate. Podría servirle en el futuro. Sin embargo, no tenía claro qué hacer.
No podía regresar a Two Hearts, no en lo inmediato. ¿Trammel City? Riesgoso también. Por suerte habían otras ciudades costeras, e islas y archipiélagos. Una isla poco habitada sería lo ideal para calmarse lo más posible. Sí, era buena idea.
Debía encontrar un lugar donde comenzar una nueva vida.
Un lugar sin corazonas.
Un lugar donde no pudiera enamorarse.
Fin de esta historia. Pronto, nuevas desventuras de Thom.